Contar
Contar debe de ser de las primeras y más básicas tareas numéricas que aprendió a realizar el ser humano. Para contar, para enumerar (reckoning), seguramente se ayudó de alguno de los instrumentos más versátiles que lleva incorporados: sus manos y también sus pies, con sus respectivos dedos y falanges. De ahí la lógica aparición y persistencia del actual sistema decimal.
En la caza, en sus cosechas, en tierras, en trueques, en cualquier intercambio, las personas debieron aprender a compartir sus cuentas para confiar mutuamente y dejar constancia de sus transacciones. Podían hacer muescas en una rama (stick), copiando las muescas en dos partes que separaban rompiendo la rama a modo de contrato, de donde proceden expresiones aparentemente modernas como stake holder o stock market. O podían mostrar y contar con pequeñas piedras (calculi o cálculos) sobre la arena, sobre una mesa o sobre un mostrador (counter), o marcar rayas sobre algún papel (I-1).
Con el paso del tiempo, las piedrecillas pasaron de la arena o la mesa a ser engarzadas en cuerdas, palos o alambres dentro de una estructura portátil: el ábaco. Desde el ábaco romano, pasando por las principales variantes china, japonesa y rusa (I-2), este instrumento milenario nos sigue acompañando hoy en día, con millones de escolares orientales que lo siguen utilizando para aprender a contar, y a calcular en general.
En occidente, en cambio, la inventiva de la Revolución Industrial empezó a generar y popularizar aparatos diversos para contar y para no descontarse (I-3, I-4). Con la aparición de máquinas de todo tipo, llenas de ruedas, piñones, ejes y correas que mantener en sincronía, se convirtió en una gran necesidad disponer de mecanismos para contar sus vueltas, sus giros, sus revoluciones (I-5). Cuando saber contar y calcular no estaba al alcance de todos, algunos podían apoyarse en el uso de libros con tablas de cuentas predefinidas, que ya avanzaban lo que sería una Revolución Numérica (I-5-3).
Compartir: